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MANOS  BLANCAS

Rebeca entra muy despacio a la habitación y encuentra a la enfermera terminando de asear a Jorge. Éstos no advierten la presencia de la madrileña. Se queda quieta, observando. Ve como la enfermera pasa un paño, que desprende jabón, entre las piernas, los testículos y el pene de Jorge. Después quita el jabón con otro paño seco y lo termina de asear con una toalla que huele a clínica de ricos. Cierra la puerta con fuerza para anunciar su presencia.

   -Buenos días, vengo de la asociación-se presenta, y como la enfermera no la ubica, añade-. Rebeca,  de Manos Blancas.

Jorge, al escuchar el nombre de la asociación, reacciona emitiendo un gruñido lastimero.

  -Hoooola, Jorge-dice la madrileña acercándose a la cama con una sonrisa-. Soy Rebeca.

La enfermera nota que el cuerpo de Jorge se calienta, se reanima, se revitaliza de alguna manera y reacciona. Su pene se empieza a mover, su glande, cubierto por el prepucio empieza a hincharse, a inflarse y de pronto cobra vida. Una vida de respetable tamaño y grosor que hace enrojecer a la enfermera.

  -¡Acelera!- se rio Luisa retándolo-. El capullo de Manolo y su Lamborghini  nos está pasando.

  -¡Vamos a 240!-gritó Jorge que entre la música y el sonido del motor apenas oye.

  -¡Métele gas a tu mierda de Maserati!-ordenó Luisa fuera de sí y completamente borracha-. Si ganas a ese capullo vanidoso te doy un premio.

Jorge giró su cabeza y vio que Luisa se subía la camiseta y le dejaba ver sus pechos perfectos  mil veces retocados por los cirujanos.

  -Ahhhggg-balbucea Jorge sin poder pronunciar palabra.

La enfermera entiende.

  -Si ya me voy-dice cubriéndole con la bata verde de las clínicas de lujo, pero antes de salir mira a Rebeca y no puede evitar el comentario-. Me advirtieron que vendría, pero no me imaginaba que fuese tan joven y tan atractiva.

  -Y yo no me imaginaba que Jorge fuese tan guapo-susurra al oído de la enfermera antes de que ésta abandone la habitación de la clínica.

Jorge no puede mover ninguna parte de su cuerpo pero está ansioso, dispuesto, anhelante. Rebeca no está en su campo de visión pero la puede oler. Es Shalini mezclado con su olor de mujer joven. Es el mismo perfume que llevaba Luisa aquel día de verano hace un año. Cierra los ojos, respira, que es lo único que puede hacer sin ayuda, y recuerda.

  -Ja, ja-rio Luisa-, me encanta la cara de pervertido que pones cuando te enseño las tetas.

  -Lo que quiero que me enseñes está como un metro más abajo-aclaró Jorge sin perder de vista la autopista.

  -¡Pisa a fondo!-ordenó Luisa y te enseño hasta mis entrañas.

Jorge aceleró su Maserati Sport de cerca de medio millón de euros. Regresaban de una fiesta en la costa valenciana para hijos de políticos influyentes y empresarios ligados al poder.

  -Bueno, os dejo solos-dice la enfermera y guiñando a Jorge añade con picardía-: Pórtate bien bribón.

Le enfermera sale y cierra la puerta. Rebeca respira y piensa: “Llegó la hora”.

Dos días antes se había enterado que una asociación, sin ánimo de lucro, creada en Japón para proveer asistencia sexual a personas que no pueden hacerlo por si mismas había llegado a España. Su nombre traducido del inglés era un prodigio de la ambigüedad “White Hands”

  -Jorge-dice la madrileña con una voz muy queda-mi asociación tiene como objetivo que personas con problemas como el tuyo alcancen una vida sexual lo más satisfactoria posible-y sonrojándose aunque dibujando una sonrisa añade-, mi objetivo es proporcionarte cuidados eyaculatorios.

Rebeca abre su bolso y extrae unos guantes de goma y un frasco con forma de mujer de color azul en el que está rotulado, Aceite de Pepas de Uva.

  -¡Mierda, Jorge!-gritó Luisa-. ¡Manolo nos ha pasado!

Los dos coches circulaban, rumbo a Madrid, a más de 250 kilómetros por hora por una autopista semidesierta a esa hora de la mañana. Era domingo y la fiesta había sido larga con mucho alcohol, drogas y sexo.

  -Déjame ver tu cochito-casi suplicó Jorge.

  -¡Acelera y pasa a Manolo!

Jorge aceleró a fondo cuando vio que Luisa se subía la minifalda y apartaba su tanga enseñando un rectángulo púbico perfectamente recortado.

  -Aaahh-gime Jorge cuando Rebeca le pone un poco de aceite en su cuerpo muerto.

Jorge mueve los ojos de arriba abajo con desesperación y Rebeca entiende ese lenguaje mudo, de tetrapléjico desesperado. Se desabotona un botón de su blusa y un canalillo generoso se expone ante los ojos necesitados de Jorge.

  -Te pondré un poco de aceite antes de empezar-explica Rebeca.

Jorge clava sus ojos en el canalillo de Rebeca aunque su imaginación empieza a volar.

  -Uuuyyyy-gritó Jorge y aceleró todavía más pasando a Manolo cuando vio que Luisa se empezaba a masturbar-¡Eeeessssstoooo eeesss vvviiidddaaaaaaaaa!

Luisa apoyaba su espalda en la puerta derecha del Maserati, tenía una pierna levantada en el salpicadero y la otra en su asiento dejando ver toda su intimidad turbadora.

  -Uuummm-se derrite Jorge cuando siente las manos, con guantes, de Rebeca tocar su pene enhiesto.

Quiere moverse, quiere estirar sus manos y tocar, quiere reclamar un beso pero su cuerpo no obedece. Sólo su imaginación vuela, vuela, vuela. 

  -Te haré sentir mujer-imagina Jorge.

Sujeta a Rebeca de la cintura con sus dos manos y la levanta en vilo tirándola suavemente en la cama. Él se acerca al borde y levanta las piernas de ella hasta ponerlas en sus hombros. Pega su cuerpo junto al de la madrileña y empieza a rozarse. Rebeca siente el arma poderosa rozarle como una piedra su bello trasero.

  -Sería la reostia si me hicieras una mamada-dijo Jorge mientras mantenía los casi 300 kilómetros por hora.

  -A veces eres muy pervertido, ¿sabes?-maulló Luisa con voz caliente.

Bajó las piernas, acomodó su espalda, se agachó lentamente, abrió la bragueta del pantalón y el pene saltó golpeándola en la cara y pillándola desprevenida.

  -¡Esta polla tiene vida propia!-rio-. Mantén la velocidad y te haré la mejor mamada de tu vida.

Jorge se retorció de placer cuando sintió la lengua de Luisa en su glande y sin darse cuenta aceleró literalmente volando.

  -Jorge por ahí no-advierte Rebeca.

Jorge corrige el objetivo e introduce su pene en la vagina de Rebeca.

  -Ayyy, señor-se contrae Rebeca-, sigue, por favor, sigue, sigue,  no pares.

Jorge mueve todo su cuerpo rítmicamente, hacia adelante y hacia atrás, de arriba abajo, de adentro hacia afuera. Rebeca responde acomodando su culo y facilitando una mejor entrada.

  -No pares, Luisa-gimió Jorge-. No pares por favor que estoy a punto de correrme.

Luisa paró, sacó el pene de su boca y movió su cabeza para empezar a morder dulcemente los testículos de Jorge.

  -¡La virgeeeennnn-se ahogó de placer-sssaaannnttaaa!

Entonces sucedió, perdió el control por un segundo, el Maserati derrapó, saltó literalmente por los aires y se estrelló contra el suelo con una fuerza brutal. Lo último que recordó Jorge era la cabeza aplastada de Luisa y después la oscuridad total.

  -¡La virgeeennnn-piensa Jorge aunque no lo puede verbalizar, se ahoga de placer con gruñidos prehistóricos-sssaaannnttaaa!

Abre los ojos y vuelve a la dura realidad,  sintiendo una explosión húmeda y caliente; abundante y pegajosa, que estalla, como un volcán durante siglos contenido, y salpica las manos y cara de Rebeca.

1 comentario en “MANOS  BLANCAS”

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